las cuatro de la tarde.

Un sábado para dormir mucho y descansar por demás.
Las obligaciones siguen ahí, esperando ser cumplidas.
Un mensaje, dos. Respuestas que llegaron y otras se hicieron desear.
No había incentivo suficiente que lograra hacerme empezar el día.
La promesa de ir a su casa, no podía evitarse; mi compañera de aventuras universitarias, me sugirió juntarnos a estudiar en su casa. Todo muy lindo, pero vive recontra lejos, asi que tuve que juntar ganas, apuntes y fotocopias, abrigo, tarjebus y salir a esperar un colectivo que tardó una eternidad en llegar, pero no quería recurrir al viejo truco del llamador de colectivos, léase encender un cigarrillo.
De repente, apareció ella, con un aire tranquilo y un sobretodo oscuro, tan flaquita que parecía de papel, un rostro delicado, y un cabello prolongado.
El colectivo que se avecina, y ella con ese aire de seguridad, se acerca y lo hace detenerse. La dejé pasar primera; crucé algunas palabras con el colectivero, necesitaba saber dónde bajar. Doy media vuelta, y en el paneo general, ni un asiento libre; el último me lo robó ella, y me dio bronca que arruine mi momento onírico, hasta que alguien bajó y logré desplomar mi cuerpo en un individual y apoyar mi cabeza en el vidrio. Vos, chica de la 500, sos hermosa y yo una tremenda imbécil.

A lo de mi compañera, llegué lo más bien con todas las indicaciones en un planito precario, dibujado a mano, aunque parecía que me iba del mapa, estuvo bien. Y mañana a seguir estudiando hasta el lunes tempranito, a ver qué pasa con ese primer final.



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